El día 18 de mayo de 1994 fue histórico en la localidad croata de Zadar. Un día intenso
desde primera hora de la mañana.
Ancona y Zadar disputaban la final de la UEFA por primera vez en su historia para ambos
equipos. Además de compartir fecha histórica, también comparten Mar Mediterráneo; tan
solo 80.5 millas náuticas separan a ambas ciudades.
Amanecí tras dormir como un tronco con dos objetivos en mi mente: convencer a mi hijo de
que el fútbol es el mejor invento del ser humano y conseguir el bello trofeo de la Copa de la
UEFA para Croacia, por ese orden. Mi hijo Robert odia el fútbol.
Convencí a Robert para recorrer los 463 kilómetros que separan Zadar de Gratkorn, al sur
de Austria, donde se iba a disputar la final de la UEFA. Un viaje de apenas 5 horas, a solas
con mi hijo, para meterle el fútbol en el interior de sus venas. Parecía fácil, pero antes de
pasar por Zagreb, se quedó dormido hasta prácticamente detener el vehículo en los
aledaños del estadio austriaco.
Personalmente la copa de la UEFA (Europa League para los Millennials) me resulta la más
bella de todas. Grande, pesada y manejable por igual, más de 10 Kg de plata colocada
sobre una base de mármol amarillo, enamora. La “orejona” es la de mayor valor, sin duda.
Quizás el “troncho” de la Copa del Mundo sea la joya de la corona, pero a nivel de clubes, la
UEFA es la más bella. Ojalá Robert haya soñado con ella.
Durante todas las noches de la semana previa intenté “joder” el algoritmo del TikTok de mi
hijo. Mientras Robert dormía, busqué en su teléfono vídeos de fútbol con el objetivo de que
cuando amaneciese, algún día le saltaran gambetas de Prosinecki y Davor Suker, en vez de
vídeos de Bizarrap y Duki.
Al llegar a Gratkorn nos encontramos una ciudad repleta de italianos y croatas
preparándose para vivir su primera final europea. Miles de camisetas azules y otras miles
rojas inundaron todos los bares y parques de la ciudad austriaca. Cuanto más cerca del
estadio, más y más aficionados, muchos de ellos sin entrada ya que el estadio del Pax
Gratkorn únicamente dispone de 20.000 asientos.
Al cruzar varias calles, Robert exclamó: “¡huele a fútbol, papá!”. Se me paró el Mundo, no lo
podía creer. (Pensé para mi: ¡conseguido!). El objetivo de enganchar a mi hijo al fútbol se
estaba cumpliendo; ese olor a césped recién cortado con los ojos cerrados… ese olor a
asado pre-partido… ese olor a fútbol parecía haber entrado en el olfato de Robert. Pero no.
“Huele a fútbol, papá, huele a marihuana” replicó Robert. Sentí una gran decepción, como si
el Ancona hubiera marcado el primer gol antes de comenzar el partido. Ese olor a “verde”, le
recordó a sus paseos hasta Stanovi, que aunque odie el fútbol, me acompaña cada dos
semanas a ver al Zadar.
El estadio se vistió de gala mucho antes del arranque, el ambiente superó las expectativas.
Los dos equipos eran novatos en finales europeas, con lo que significaba que el fútbol de
barro había ganado, se celebra. Pero el fútbol tiene un problema, que cuando uno gana, el
otro pierde y en el partido ocurrió lo que ocurrió.
La primera parte nos vimos superados por los chicos del bueno de Riverplatense, la primera
media hora nos vimos con miedo y con las piernas agarrotadas. Perdimos todos los duelos,
nos precipitamos en la salida de balón y cuando teníamos una ocasión, el portero se hacía
grande. Pero pasado ese mal trago le perdimos el miedo al fútbol, los chicos dieron un paso
adelante y competimos hasta el descanso (2-0).
Tras la charla del entretiempo defendimos más arriba y más de un balón le ganamos a la
espalda de la defensa rival. Minuto 64 gol, golazo de Madzukic, la grada se vino abajo y el
equipo se vino arriba, nos volvimos a ilusionar, volvimos a soñar con ella.
Pero lo peor del fútbol no es la derrota, lo peor del fútbol es que los partidos terminan.
Cuando vas perdiendo, las porterías se achican y el 90 llega antes de tiempo. Cuando vas
perdiendo, por cada centro lateral, los defensas rivales crecen 3 centímetros. Y cuando
llega el final… tu sentido auditivo es el último que quiere asumir la derrota, llegas a percibir
mucho antes los brazos del trencilla señalando el vestuario, que escuchar con tus propios
oídos el pitido final. Parecía estar viviendo un sueño despierto o estar en mitad de una
pesadilla esperando que sonara el despertador, no estoy seguro.
En la rueda de prensa post partido me llamó la atención una pregunta de un periodista local:
“En los minutos finales se reclamó una mano en el área del Ancona, la pelota golpeó en la
mano del defensor y no se pitó nada, ¿algo que decir?”. A lo que respondí: “Ancona salió
merecidamente campeón y sobre el posible penalti tengo que decir que con el reglamento
en la mano, la pelota hubiese pegado en el reglamento y no en la mano”.
La grada azulona, el cuerpo técnico y yo estamos hundidos de haberla tenido tan cerca. La
hubiéramos llenado de cerveza para beber de ella. La hubiera abrazado toda la noche.
Suena Bizarrap y Duki en el camino a la rutina de Zadar. La suerte que tiene Robert es que
odia el fútbol y duerme durante la vuelta a casa.
1-2, Ancona campeón de la UEFA. Gratkorn, Austria, 18 de mayo de 1994.
Seguiremos soñando. Hoy he vuelto a soñar con ella.
Ragnar la tenés adentró
ResponderEliminarque bonito !! poeta!!
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